Juventud, divino tesoro

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Article publicat a Club Cortum el 30 de juny de 2020.

Con los jóvenes no tenemos medida. Tan pronto los consideramos dignos de todos los desvelos de la sociedad y, envolviéndolos en plástico de burbujitas, les arrullamos con el sonsonete de “vosotros sois el futuro”, como les achacamos todos los vicios, defectos y males del mundo, presentes y futuros.

Después de alabarles por las múltiples iniciativas solidarias y la gran cantidad de proyectos creativos que han protagonizado durante el confinamiento, ahora de pronto son cabezas huecas que, con su actitud libertina, despreocupada e indisciplinada, incumplen las normas de prevención sanitaria poniendo en peligro a toda la especie.

Con la escasa autoridad moral que me confiere la reciente y súbita revelación, por otra parte absolutamente indeseada, de que ya formo parte del colectivo “vulnerable”, me atrevo a decir que ya vale. ¡Que las generalizaciones son muy malas, e injustas! ¿O es que nadie ha visto nunca a venerables abuelitos y abuelitas saltarse a la torera todas las normas que se les pongan por delante? Las del Covid y las del no Covid. ¿Acaso decimos por eso que todas las personas mayores son un Atila en potencia? ¡A que no!

Sin ánimo de profundizar mucho, porque no voy a ser yo la que desentone en los tiempos del surfing, diría, como mi abuela, que se predica con el ejemplo. Y, si hablamos de ejemplo, todas y todos deberíamos sentarnos un ratito en el rincón de pensar. En lugar de ser tan quisquillosos con la conducta ajena, es mucho mejor que nos centremos en la propia, aplicándonos a nosotros primero la exigencia que queremos imponer a los demás.

Porque yo estoy harta de ver padres y madres abducidos por este apéndice humano que llamamos móvil, mientras les chillan a sus retoños un ¡deja ya la Tablet que te arreo! Por no hablar de las angélicas ancianitas que, a grito pelado y con expresiones que harían enrojecer al mismísimo Clint Eastwood de “El Sargento de Hierro”, increpan a los jóvenes que pasan la tarde en el banco de debajo de su ventana y que están ahí porque en algún sitio tienen que quedar.

Hemos olvidado que fuimos jóvenes, creemos que todo se enseña en la escuela y caemos demasiado rápido en las generalizaciones y la crítica fácil. Teniendo en cuenta el ejemplo que les damos, y la mierda de mundo que les estamos dejando, bastante bien están saliendo las nuevas generaciones. ¿O no?

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